Editorial de Siesp.- Estos días uno se ve sorprendido por unas noticias contradictorias. Cada uno es de un país distinto, pero es lo de menos. Esas cosas pasan en todos los países. Pero me ha llamado la atención que dos noticias ‘opuestas’ se hayan producido un mismo día.
Por un lado aumenta la demanda de brujos y videntes en Rusia, y por otro lado un hombre en Nueva York mata a martillazos a dos colombianas porque dice que eran brujas.
En el caso ruso, una encuesta revela el auge de estos parásitos y vividores de la ignorancia ajera. Y yo me pregunto, ¿a qué puede deberse su aumento? Es evidente que la responsabilidad corresponde a los poderes públicos, como siempre. Porque los brujos o adivinos de hoy en día no tienen mejores resultados que los de siglos anteriores, así que ese aumento se debe al aumento de la ignorancia entre la gente.
Parásitos de esta calaña los hay en todos los países, pero cuando aumentan tanto es porque al Poder le interesa tener a la población bajo el umbral de la imbecilidad. No refuerza y fomenta la Educación, la Enseñanza, lo más que hacen es subvencionar a los empresarios para que contraten con sueldos de esclavos a la gente (ganan los grandes y la población sigue sometida y, lo peor, a gusto con esos gobernantes que les impiden el acceso al Conocimiento para espantar de una vez la charlatanería).
En el caso de Nueva York, bien podría haber sido cualquiera. No importa la nacionalidad porque, según la noticia, el asesino se paseaba poseído por la calle tras haber matado a dos personas, y caminaba ¡¡con una biblia en la mano!! Gritaba que le habían hecho vudú o un hechizo. ¿Y la biblia le ha solucionado su problema, o se lo ha agrandado?
Lo dicho, lo peor de todo es que nadie se hace responsable de que se sigan dando estos casos en pleno siglo XXI. La relajación de los poderes públicos con los charlatanes raya la ilegalidad. La permisividad y apoyo a que la secta católica siga generando dementes es una inmoralidad. Y entre delitos obviados y moralidad perversa nos tenemos que valer con el riesgo de que, mañana, un loco nos asalte a la puerta de casa en nombre de dios.
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