Hace unos días pedía desde esta tribuna la actuación inmediata de la Justicia para encarcelar a los terroristas económicos. Y éstos no son otros que quienes han convertido el capitalismo en un arma contra la población, al igual que actúa contra su propia población el presidente sirio Al Asad. Los terroristas económicos no nos quitan la vida directamente (como el tirano sirio), pero nos la amargan de una manera que, si fuera creyente, estaría deseando reunirme con dios ante tanto dolor de bolsillo.
Hasta hace muy pocos años, el capitalismo promovía la libertad de empresa, los negocios en los que un capital creaba una fábrica, con puestos de trabajo, y con los años el empresario hacía fortuna. Ahora, el capitalismo ya no funciona así.
Hoy en día, el capital no pretende crear riqueza por la vía de la producción industrial sino única y exclusivamente por la vía de la especulación financiera. Después de todo, si antes se necesitaban un par de años de producción para duplicar el capital invertido, ¿por qué esperar tanto si, en un par de días, podemos doblar la cifra? No importa si caen países en la miseria, no importa que dejemos a los griegos sin resuello, o hubieran esquilmado a los argentinos, ahora también pueden cargarse hasta los mismísimos Estados Unidos de América.
¿Y dónde están esos capitales o fondos de pensiones que se revalorizan en tan poco tiempo al amparo de los delincuentes de Standard & Poor´s, de Fitch o de Moody´s? Evidentemente yo no los tengo, pero sí los poseen quienes gobiernan el mundo, justo esos canallas que lanzan a sus perros delante para allanar el camino ahora que se han asegurado la presidencia en los gobiernos del mundo de los torpes con menos carisma de la Historia de la Humanidad. Eso sí, Rajoy el fascista salvará al mundo (¡no te jode!).
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