SCOOBY DOO

Una serie de dibujos animados, llamada Scooby Doo, ha sido el entretenimiento de más de una generación. En España también se conoció por “Misterio a la orden”, pero años después pasó a llamarse como lo ha sido también su película: Scooby Doo.

Este era el nombre del famoso y asustadizo perro protagonista que, junto a su no menos pazguato amigo Shaggy, siempre acababa descubriendo el fraude en todos los capítulos de la serie desde su creación en 1969. Han pasado años y, en vez de aprender algo desde niños, nos hemos dejado embaucar por la multitud de programas de televisión, radio y medios escritos, y seguimos creyendo en “fenómenos para anormales”. 

Y debe ser porque la ignorancia obliga a la necesidad de creer. Shaggy y Scooby creen en todo, se asustan por todo, pero siempre se resuelve el asunto de un modo racional, que para eso está el resto de personajes: Fred, Daphne y Vilma. 

El viernes pasado, día 3 de julio, en el programa de RNE llamado “Cerebro en Blanco”, un sujeto de cuyo nombre no quiero acordarme estuvo soltando en antena durante hora y cuarto las mayores barbaridades que yo haya escuchado jamás (desde el famoso “puede usted creerme, y todos los españoles que nos ven, que en Iraq hay armas de destrucción masiva”). Lo trajo el presentador desde Colombia para que nos dijera que los planetas hacen el amor, que el Sol fornica con la Tierra o cosas similares. Que los “fantasmas” son el mundo real y nosotros somos el producto de la imaginación de un fantasma.

 

Hay gente que tropieza dos veces en la misma piedra pero otros, los vendemisterios sin escrúpulos, tropezaron una vez y ya no se levantaron. Quizá porque desde el suelo, de una manera rastrera, se benefician de la ignorancia ajena. No han aprendido nada de las andanzas de Scooby Doo.

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