Esta tarde voy a relajar mi cuarto chakra, para que el feng shui de mi casa la mantenga limpia de energías negativas. Después pienso tomarme una dosis homeopática contra mis dolencias de riñón, y pincharme unas agujas en la oreja izquierda para curarme los juanetes de mi pie derecho, antes de asistir a mi curso de reiki. Por la mañana visitaré a una vidente para que me diga que tengo problemas y la única manera de solucionarlos es que yo ponga interés en su resolución. Sabio consejo por el que espero no pagar más de 50 euros.
A mediodía, después de comer, me sentaré en el suelo en posición de yoga para que los espíritus de la tranquilidad me posean y la meditación trascendental me purifique; todo ello mientras escucho de fondo un CD con las psicofonías de Pedro Amorós. A continuación estudiaré los últimos informes secretos sobre la ocultación de los gobiernos sobre los ovnis, material proporcionado por las revistas para anormales que tanto abundan.
A la noche pasearé por una mansión abandonada y en ruinas para experimentar la presencia de algún fantasma que siempre los hay en estos lugares. Si no aparecen, volveré a casa, compraré por internet una cámara kirlian a buen precio y fotografiaré el aura de mi cuerpo en busca de alguna enfermedad oculta.
Y al siguiente día, bien temprano, regresaré de mi permiso de fin de semana a mi residencia habitual, el Hospital Psiquiátrico de mi ciudad. Al entrar saludaré a Antonio, el portero, que estará terminando de leer “Un mundo sin fin”, de Kent Follet. Pobre Antonio. Es tan limitado y escéptico que no sabe gozar de los misterios de la vida. Y el próximo 31 de octubre volveremos a lo mismo.
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