Perdón. Quiero decir a Alá. Pero como para cristianos y musulmanes es el mismo dios… pues ahí estamos.
Me despierto con la noticia sobre Ameneh Bahrami, una muchacha iraní que hace cinco años fue agredida, por un pretendiente rechazado, con ácido arrojado a la cara y que le provocó, entre otras cosas, su ceguera. Desde Barcelona, donde malvive mientras hacen experimentos con su rostro, ha decidido volver a su país a ejecutar la ley del Talión (ojo por ojo) que exige la “legislación” iraní. ¡Ah!, pero en Irán la mujer vale la mitad que un hombre, por lo que sólo podrá verter ácido sobre un ojo nada más del muchacho.
Y como ella es ciega, será algún familiar quien lo haga en su presencia. La historia tiene su nudo. Por lo visto, el chico, cometió su delito con premeditación, no fruto de un acaloramiento, por lo que Ameneh no accede a la petición de perdón del “afortunado” sujeto, al que le aplicarán anestesia en ese ojo a quemar.
Irán era, hasta 1979, un país más, con su Sha Reza Pahlevi en plan corrupto, pero no más de lo que se estila por estas longitudes (que no latitudes). A pesar de la rémora de la religión intentó abrirse al mundo. Hasta que llegó un iluminado y decidió que Alá era más importante que toda la sociedad, lo que ha llevado a Irán a la época que ya dejamos atrás en occidente: la Edad Media. Junto a Irán estaba Iraq, un país laico entre fanatismos y 
que hemos destrozado para dejarlo en manos de los iluminados, pero eso es otra historia. Recordemos que los profesionales de las religiones monoteístas creen en un mismo dios inexistente con distintos nombres, pero son todos iguales. Lo que sucede es que en occidente conseguimos apartarlos del poder y pudimos progresar. Ahora hay que echarlos de los colegios o corremos el riesgo de que un Mike Huckabee (fanático religioso) nos gobierne algún día y nos lleve a la “salvación eterna” en una guerra para comprobar qué dios acaba dominando el mundo.
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