El periodista y escritor Pepe Rodríguez, en su libro “Mentiras fundamentales de la Iglesia Católica” aclara a quien quiera entenderlo el sinsentido de los sacerdotes de la Iglesia. No hay base sagrada donde sostener a esta jarcia que da vida a la única empresa que nunca quiebra mientras sigamos “creyendo” sus rentables mitos. A continuación les presento unos párrafos, muy esclarecedores, de ese buen libro:
Los fieles católicos llevan siglos creyendo a pies juntillas la doctrina oficial de la Iglesia que presenta al sacerdote como a un hombre diferente a los demás –y mejor que los laicos -, “especialmente elegido por Dios” a través de su vocación, investido personal y permanentemente de sacro y exclusivo poder para oficiar los ritos y sacramentos, y llamado a ser el único mediador posible entre los humanos y Cristo. Pero esta doctrina, tal como sostienen muchos teólogos, entre ellos José Antonio Carmona (1), ni es de fe, ni tiene sus orígenes más allá del siglo XIII o finales del XII.
La iglesia primitiva, tal como aparece en el Nuevo Testamento, no tiene sacerdotes. En ninguna de las listas de carismas y ministerios –Rom 12, 6-7; I Cor 12, 8-10 o Ef 4, 7-11 – aparece el sacerdocio; jamás se designa como tales a los responsables de las comunidades y menos aún se mencionan templos o santuarios a los que dichos individuos tuviesen que estar adscritos, así como tampoco se expresan leyes rituales a cumplir ni liturgias para oficiar. Es justo la imagen opuesta a la consagrada por el sacerdocio del Antiguo Testamento; por eso los evangelistas sólo emplean el concepto de sacerdote para referirse a los levitas de la tradición veterotestamentaria (Mc 1, 44; 2, 26 y Lc 1, 5).
La Epístola a los Hebreos (atribuida tradicionalmente a san Pablo, pero cuya autoría está descartada, siendo Apolo, uno de sus colaboradores, el redactor más probable) es el único texto del Nuevo Testamento donde se aplicó a Cristo el concepto de sacerdote –hiereus (2)-, pero se empleó para significar que el modelo de sacerdocio levítico ya no tenía sentido desde entonces. “Tú [Cristo] eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec” (3) (Heb 5, 6; 7, 15-19), no según el orden de Aarón. Otros versículos (Heb 5, 9-10; 7, 21-25) dejaron también sentado que Jesús vino a abolir el sacerdocio levítico –que era tribal y de casta (personal sacro), dedicado al servicio del templo (lugar sacro), para ofrecer sacrificios durante las fiestas religiosas (tiempo sacro)- y a establecer una fraternidad universal que rompiera la línea de poder que separaba lo sacro de lo profano (4).
No deja de ser trágico –por lo absurdo- que en los seminarios de la Iglesia católica, hasta la década de 1960, se haya justificado la figura del sacerdote, “como hombre separado de los demás”, y la necesidad de los ritos en el versículo de Hebreos que dice: “Pues todo pontífice tomado de entre los hombres, a favor de los hombres es instituido para las cosas que miran a Dios, para ofrecer ofrendas y sacrificios por los pecados (Heb 5, 1).
El texto reproducido está definiendo lo que era el sacerdocio judaico y se refiere al sumo sacerdote –no al sacerdote común- identificándolo como “tomado” –eso es “señalado” o “escogido”; no “apartado” o “separado” tal como lo tergiversa la Iglesia – de entre la comunidad humana, que era una forma clara de diferenciarlo del sacerdocio de Cristo “instituido no en virtud del precepto de una ley carnal, sino de un poder de vida indestructible” (Heb 7, 16). El capítulo acaba derogando este tipo de sacerdocio cultual y estableciendo el “que no necesita, como los pontífices, ofrecer cada día víctimas (…) pues esto lo hizo una sola vez ofreciéndose a sí mismo” (Heb 7, 27). Resulta patético que la Iglesia haya justificado el estatus de su clero y la necesidad de los ritos en un texto en el que se afirma precisamente lo contrario, en el que Jesús los declaró abolidos.
Relacionados: Misterios de la religión, El Gran Carnaval, Misterios de la Biblia (II), La religión es un timo, ¿Desaparecerá la Iglesia Católica? y La vía hacia el ateísmo.
(1) Cfr. Carmona, J.A. (1994). Los sacramentos: símbolos del encuentro. Barcelona: Ángelus, capítulo VII.
(2) Hiereus es el término que se empleaba en el Antiguo Testamento para denominar a los sacerdotes de la tradición y a los de las culturas no judías; su concepto es inseparable de las nociones de poder y de separación entre lo sagrado y lo profano (valga como ejemplo, para quienes desconozcan la historia antigua, el modelo de los sacerdotes egipcios o de los diferentes pueblos de la Mesopotamia que, con más o menos fortuna, ha popularizado el cine).
(3) Melquisedec, un no judío e incircunciso, fue un rey y sacerdote del “Altísimo” (´élyon) –nombre divino que figura asociado al gran dios cananeo El -, del que se dice en Gén 14, 18-19: “Y Melquisedec, rey de Salem, sacando pan y vino, como era sacerdote del Dios Altísimo, bendijo a Abraham…”
(4) “Porque el hombre es el templo vivo (no hay espacio sagrado), para ofrecer el sacrifico de su vida (toda persona es sagrada), en ofrenda constante al Padre (no hay tiempos sagrados)”, argumenta el teólogo José Antonio Carmona en Op. cit.
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